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El efecto «black mirror»

La internet no tiene remedio. Esta parecería ser una de las sentencias más sombrías que recorre de principio a fin muchos de los episodios de las cuatro temporadas de la serie británica Black Mirror. La tecnología es apenas el pretexto, en mi opinión, para discursar sobre el lado oscuro de los seres humanos, sus peores instintos y la posibilidad que ofrece dicha tecnología como una herramienta para hacerla realidad. Así como convertirnos en sus esclavos, dejar de ser autónomos y plenos para ser simples marionetas aferrados al uso desmedido de la misma, como una proyección más de nuestras vidas, dejando de vivirlas en tiempo real y proyectando en la virtualidad esa falsa sensación de realización personal que está muy de moda hoy en las diferentes plataformas. Millones de personas publican su vida personal, banalidades, esperando una «aceptación» que brinde bienestar a sus vidas.


Ese espejo negro de la virtualidad, la alienación y la incomunicación que nos produce pudiera ser una metáfora de la pérdida de la propia comunicación, la pérdida de valores y sentimientos, como una caída en picada por ese hueco negro del avance tecnológico, que se convierte en leitmotiv de la serie de antología creada por Charlie Brooker hace ya más de seis años. Y es la variedad una de las características definitorias de sus episodios. El rol que un supuesto avance tecnológico juega en la vida de las personas pudiera ser el hilo argumental que las une, aunque cada historia se mueve por derroteros diferentes.

En la primera temporada, a manera de opening el capítulo titulado El himno nacional (The National Anthem) es vivo ejemplo del nefasto efecto de dicho avance tecnológico en la sociedad, cuando las redes y cadenas satelitales trasmiten al unísono al primer ministro teniendo sexo real con un cerdo, demanda que un supuesto secuestrador le impone como precio por la vida de una representante de la monarquía británica. Que una puesta en escena como esa haya sido diseñada por un reconocido artista que termina suicidándose al final y que a su vez un crítico la termine catalogando como la primera obra maestra del siglo XXI dice casi todo sobre lo que veremos en los capítulos siguientes y en las restantes temporadas. Este capítulo resulta un golpe de efecto letal, ya que nos introduce en ese laberinto demoníaco que son las redes sociales y, sobre todo, su nefasto efecto en las masas, así como la presión que ejercen a gran escala social.


No siempre la tecnología contribuye a que seamos seres funcionales, algunos de los capítulos diseccionan el efecto de los famosos reality shows. El morbo que produce una cacería en tiempo real de una supuesta «asesina», que no sabe que es la protagonista de un famoso programa de televisión, es una de los episodios más siniestros de la serie. El capítulo titulado Oso blanco (White Bear) narra el disfrute masivo de dicha cacería y la violencia desmedida de la misma, que no tiene final, o sea, esta supuesta asesina de niños es vendida por los dueños del reality como un gran espectáculo, la misma va a vivir infinitamente esa persecución a medida que la audiencia del programa crezca. Nunca sabremos quién es en realidad esta mujer, víctimas y victimarios aquí son una misma cosa, forman parte del mismo engranaje brutal de una sociedad alienante que ha construido otra realidad, la hiperrealidad. La propia ha dejado de ser interesante, y necesitan para vivir a través de sus tabletas y teléfonos esta cacería eterna.

Uno de los episodios que reflejan una desconcertante contemporaneidad es el titulado Caída en picada (Nosedive). Lacie, su protagonista, necesita de una puntuación virtual para ser una ciudadana con derechos vitales como podrían ser: viajar en avión, comprar una casa, un carro, trabajar, entre otros. Imaginar un mundo (que ya toca a las puertas) donde continuamente estemos siendo «obligados» a puntuar y ser puntuados para vivir como seres humanos plenos podría convertirse en una gran pesadilla o una llamada de atención sobre lo autodestructivo que tal recurso pudiera llegar a ser en los individuos. La protagonista se convierte en un ser indeseable por no cumplir las expectativas de un sistema enajenante, de una falsedad y hasta de una crueldad que la anulan porque no ha alcanzado lo esperado por dicha sociedad. Caída en picada nos advierte de ese supuesto futuro donde vivir conectados a un móvil valorando cosas sea el único objetivo de nuestras vidas, algo parecido a lo que comúnmente vemos hoy en Facebook, con la aparentemente inocente opción de dar un clic para reafirmar un «me gusta».


El tema de la disfuncionalidad de la pareja, los celos, la infidelidad también son el blanco de esta serie. Uno de los mejores capítulos lo es sin lugar a dudas el que tiene que ver con los sentimientos, las emociones, el amor. La historia completa de ti (The Entire History of You) narra en cuestión el descubrimiento de la infidelidad de la pareja del protagonista. Un chip se implanta en el cerebro y graba todo lo que estás viendo, además puedes verlo cada vez sin que estén filtrados por la manera imperfecta en que el cerebro «almacena» esos recuerdos. Los celos que desatan en el protagonista esa infidelidad son una carga demasiado pesada para revivirla una y otra vez, esto hace que el mismo se arranque de manera violenta el chip conectado al cerebro. La tecnología termina siendo la verdadera culpable de su agonía. El eterno retorno al dolor del que el protagonista decide librarse, aunque esto le cueste pagar las consecuencias de salirse de lo establecido.


La crítica social, los políticos, la demagogia son el tema central de El momento de Waldo (The Waldo Moment)en el que un dibujo animado se convierte, de la noche a la mañana, en un personaje político influyente, por obra y gracia de las redes y la televisión. Lo que comienza como un gran chiste de ese muñeco bocón y maleducado llamado Waldo hacia uno de los políticos del momento, termina siendo una pesadilla insufrible para todos. El dibujo animado al final es tan demagógico como lo que al comienzo denuncia. Es sencillamente mera manipulación de transnacionales de la información, que controlan estados de opinión y lo usan para fines siniestros.

Pero es el capítulo llamado Odio nacional (Hated in the Nation) el que bien pudiera resumir la esencia misma de Black Mirror. Por las redes se desata un juego aparentemente inocente donde las personas votan por el personaje más odiado del momento, dicho voto incluye una sentencia de muerte que terminará convirtiéndose en una pesadilla. El desarrollo de la tecnología hace que un experimento para equilibrar el medio ambiente a través de las abejas insectos dron que imitan a las abejas reales, sean las responsables de una masiva oleada de asesinatos diseñados por un personaje oscuro y alienado, que las controla desde su ordenador. El «odio nacional» nos alerta sobre los efectos que producen las redes sociales manipulando a su antojo a las personas, haciéndolas participar en cualquier campaña sin que medie entre la virtualidad y el juicio de las mismas ninguna ética, análisis, ya que la misma los anula.


Black Mirror es una serie con una visión apocalíptica del futuro, en una sociedad dominada por la tecnología. Es importante señalar que no siempre es feliz a la hora de abordar determinados temas; pero lo que sí es un hecho es que pone el dedo en la llaga sobre un fenómeno que cada vez se apodera más de la vida de los seres humanos, el uso indiscriminado de estas tecnologías. Nada superará la belleza de una puesta de sol, la conexión real entre los seres humanos, una buena conversación, un poema, o la necesaria soledad para el disfrute de uno mismo, el efecto que pueda dejar en nosotros el disfrute de una buena película, una tarde frente al mar, una simple sonrisa. Nunca olvidaré aquella frase que dijera el realizador polaco Lev Majewski en su visita a  Santa Clara el pasado año, cuando comentaba sobre las redes sociales y nos decía: «estamos matando la belleza» y sí, coincido con el artista en que cada día que reafirmamos cualquier banalidad publicada en las diferentes plataformas virtuales nos convertimos en asesinos de la inevitable belleza que es este complejo mundo en que vivimos, y la existencia misma, aún con el dolor inevitable que implique vivirla.